Con la publicación de este segundo volumen de los Cuadernos de Contrahistoria local prevista para comienzos del mes de mayo, reproducimos la cubierta y la editorial de este número. Para información y pedidos podéis escribir al correo de la biblioteca: bslatormenta@yahoo.es
Editorial:
Aunque Aranjuez, tal y como recogíamos en el anterior volumen, nunca ha disfrutado en su dilatada historia de algo parecido a una organización social y política autónoma, de alguna suerte de autogobierno en definitiva, lo cierto es que el conflicto de clase y la batalla por los medios de vida de una parte de su población, ha sido un elemento recurrente en el devenir de sus últimos 150 años. Ciertamente, no es casualidad que este periodo haya sido de largo el más convulso de su historia, coincidiendo con las batallas del liberalismo, con la extensión del capitalismo en todos los ámbitos de la vida, y por supuesto, la liquidación de cualquier rastro de organización tradicional o precapitalista en su seno. Sin lugar a dudas, el Aranjuez del siglo XIX no es ajeno a los grandes y profundos cambios que se están operando en todas y cada una de las esferas de la sociedad española, especialmente en el sector de población mayoritario que poblaba su territorio, el campo. Tal y como recoge el censo de población para la década de 1930, Aranjuez es el quinto municipio, por detrás de Madrid capital, Carabanchel, Chamartín y Vallecas, en número de habitantes, unos 15.245, y aunque para esos años ya era un municipio con una incipiente industrialización, obviamente la mayor parte de sus habitantes se ganaban la vida en el campo. Por este motivo, el movimiento general de transformación productiva y social del campo que el capitalismo agrario había comenzado en el siglo XIX, en aquellos primeros años del siglo XX tenía visos de verse realizado o al menos en trance de culminarse, no sólo en el ámbito nacional, sino también en la localidad de Aranjuez. Las desamortizaciones habían enajenado una parte del patrimonio real para revertir en el saco de propiedades del latifundismo local; los cultivos más conocidos de la vega de Aranjuez como la fresa, el fresón y el espárrago, lejos de destinarse al mercado de la subsistencia local, habían adquirido un importante prestigio en la distribución madrileña; y por supuesto, las relaciones del capital con la fuerza de trabajo que mantenía todo el proceso productivo comenzaban a devenir irresolubles.
Crecimiento, Desarrollo, Progreso, Modernización, son algunas de las efusivas proclamas estratégicas que el capital estaba poniendo en boca de todos. Salir del atraso del Antiguo Régimen tenía un precio, y en muchas de las ocasiones en las que el conflicto devenía en huelgas campesinas, las imponentes embestidas de la economía moderna se llevaban por delante no sólo la esperanza de mantener un estilo de vida tradicional, sino simple y llanamente los últimos estertores de muchas poblaciones obreras. Tendría que llegar la contrarrevolución del fascismo español para dar la estocada final a este proceso inaugurado más de un siglo antes, pero para no adelantar una tragedia de la historia, a principios del siglo XX, la resistencia tenaz y descarnada de los obreros tanto del campo como de la ciudad contra la explotación lisa y llana, tenía todavía unas cuantas batallas por las que luchar. Buenas muestras de esto se rescatan en este volumen de Cuadernos de Contrahistoria Local.
Con la llegada de las ideas socialistas y anárquicas a la península, el número de organizaciones obreras con distintas perspectivas había ido en aumento hasta los albores del siglo XX. Asociado a unas incipientes y primitivas formas de protesta social, eso que la historiografía ha denominado los motines del pan, ya en un temprano febrero de 1897 el pueblo de Aranjuez comienza a agitarse por la subida desproporcionada y especulativa del precio de tan necesario y cotidiano producto. Habremos de esperar al año 1902 para presenciar los movimientos que, sobre el tablero del conflicto de clase, el Estado comenzaba a plantear para apaciguar las recurrentes tensiones sociales que la imposición del capitalismo estaba produciendo. De este modo, surgen las Comisiones de Reforma Social, una punta de lanza del reformismo burgués que intentaba desde la ideología regeneracionista y el denominado socialismo de cátedra, extender la dependencia y el control sobre las clases peligrosas frente a unas cada vez mayores acometidas organizativas populares. La creación en 1909 del Centro Obrero en la localidad ribereña es una buena prueba de ello, al igual que el nacimiento de las primeras asociaciones de obreros del campo, sindicatos católicos incluidos, o de la patronal. Una estructura organizacional polarizada que inaugura un período de conflictos en suelo ribereño hasta el desenlace armado de la Guerra Civil.
La huelga del campo de 1916, cuyo estudio realizado por José Antonio Martín será publicado próximamente en estos Cuadernos, forma parte de uno de estos primeros ecos del movimiento obrero. Centrada esencialmente en un proceso de negociación colectiva entre organizaciones formales, esta huelga es de vital importancia para entender la estructura del conflicto de clase en la mayoría de los hechos históricos similares hasta el año 1939. Partiendo de unas condiciones prácticamente infrahumanas en los tajos (léase la recurrente petición de abastecer de agua potable a los obreros por parte del patrón), las reivindicaciones presentadas bajo la forma de bases de trabajo por parte de los jornaleros, son ninguneadas por la patronal del ramo, a lo que la organización obrera de turno responde con un paro en sus actividades de asalariados, comenzando el desarrollo de las jornadas de huelga y determinando su desenlace y posteriores consecuencias. En este caso, y en tan tempranos años del siglo XX, vemos cómo el capitalismo agrario tiene visos de haberse consolidado como fuerza hegemónica en la comarca de Las Vegas, especialmente en el municipio de Aranjuez.
Sin embargo, esta condición hegemónica con la que el Capital ha colonizado la vida del campo ribereño, se ha visto soliviantada continuamente por la perseverancia de las protestas de los obreros, no sólo del campo, de Aranjuez y sus poblaciones vecinas. Al menos así lo atestigua el trabajo de Curro Rodríguez y su investigación sobre la huelga del campo ribereño del verano de 1932. Dos son las intenciones de este trabajo. Tratándose de una huelga en la que el meollo de la cuestión se centra en la negativa de los obreros al empleo de maquinaria para la siega por parte del empresario de turno, este trabajo intenta indagar en las causas históricas de una negativa que, tal y como se demuestra en el escrito, era bastante generalizada por aquellos años. La oposición, consciente o no, al consumo de baratijas que provenían de la incipiente industria nacional, la negativa al recurso del crédito y el endeudamiento, así como el obstinado enfrentamiento a la imposición de la maquinaria en el mundo del trabajo, son algunos de los elementos que la moderna historiografía ha considerado como factores de atraso en la vida económica del país. De hecho, da la impresión consultando el amplio espectro de trabajos históricos sobre la cuestión, desde el liberalismo más simplón hasta los autores izquierdistas o abiertamente declarados como marxistas, que el proceso de modernización económica, esto es, la consolidación del marco de las relaciones de producción capitalistas en el estado español, es un proceso necesario y natural, condición sine qua non, para salir del atraso del Antiguo Régimen y de la barbarie. Un proceso lineal, determinista y por supuesto necesario, en aras de una cada vez más aceptada ideología del Progreso, que en su difusión tanto se han empleado a fondo una buena parte de la historiografía oficial. Ahora bien, la realidad histórica parece ir por otros derroteros. A menudo, el aumento de la productividad, la acumulación de capitales, la mercantilización de todas las facetas de la vida o el individualismo burgués, se encontraban con la resistencia de una buena parte de la población, todavía con cierto margen para decidir sobre sus asuntos, aunque fuera cada vez más exiguo.
Por otro lado, la huelga de 1932, que en muchos aspectos recuerda al desarrollo de la mencionada del 16, nos muestra la cuestión de la solidaridad activa y el compromiso de clase, en el centro de todo el conflicto. Salvando el papel de la delegación en las negociaciones, del arribismo político y la falta de autonomía siempre mediatizada por el arbitrio ministerial o institucional, la huelga del 32 muestra que los lazos de solidaridad del pueblo de Aranjuez no se han visto quebrados de forma definitiva por las embestidas salvajes del capitalismo agrario, y que lejos de haber impuesto su modelo de dominación totalitario, quedan resquicios para que las clases populares puedan reconocerse en un marco de relaciones entre iguales. Sin lugar a dudas, el contexto histórico abiertamente favorable para la resolución positiva de este tipo de conflictos dentro de un marco legal, jugó un papel importante. En 1932, con la reforma agraria republicana a punto de aprobarse, lejos todavía de las acometidas contrarreformistas del Bienio Negro y la contrarrevolución del fascismo español desde 1936, las huelgas de este tipo en muchas ocasiones se resolvían de forma favorable para los obreros en lucha. El horizonte de emancipación social no era ni de lejos una premisa de esta huelga, pero sus modos de desarrollo y resolución, incluidos los aspectos incontrolados de la protesta, todavía sugieren una concepción de la vida compartida, una mentalidad resistente que tristemente no tardaría en ser totalmente barrida de la historia unos pocos años después. Rescatar un episodio de este tipo, valga pues como ejemplo de lo que un día fue el pueblo de Aranjuez y del que habríamos de aprender.
Por último, para finalizar este segundo volumen de nuestros Cuadernos, hemos incluido la transcripción debidamente introducida con unas notas preliminares, de las Bases de Trabajo agrícola de Chinchón para el año 1932. En realidad, se trata de todo el legajo rescatado del archivo municipal de Chinchón, donde ha quedado registrado todo el proceso de negociación institucional de las mencionadas bases entre las organizaciones obreras, la patronal y el Estado en sus diversas manifestaciones administrativas (Alcaldía, Delegación de Trabajo, Gobernación Civil, etc.). Incluyendo este material, por un lado hemos pretendido ilustrar con fuentes de primera mano una parte del trabajo expuesto por Curro Rodríguez, en tanto en cuanto la falta de documentación relativa al caso de Aranjuez, bien puede complementarse con la encontrada en la localidad vecina y cabeza del partido judicial de la comarca. En segundo lugar, el volumen tal y como lo publicamos, tiene un valor histórico no sólo como fuente auxiliar o indirecta, sino que puede dar pie, por sí mismo, a una investigación particular sobre la historia agraria y rural del municipio de Chinchón, esperando que suponga y pueda ser utilizado como un material valioso para futuras investigaciones. Cuestiones como la estructura social de clase de Chinchón, el problema de la propiedad, de los usos y costumbres locales de empleo de mano de obra, de la aparición del movimiento obrero y sus respectivas organizaciones, así como de las nuevas relaciones que el capitalismo agrario estaba poco a poco imponiendo, son una buena muestra de los horizontes de investigación que se adivinan tras esta documentación. Invitamos por tanto a profundizar en estas cuestiones, sin lugar a dudas de sumo interés para la historia de la comarca de Las Vegas.
Por nuestra parte, siguiendo la orientación general de esta editorial, sólo queremos resaltar un aspecto claramente visible en la descripción de todo el proceso de negociación aquí recogido. Llama poderosamente la atención las contínuas alusiones a los campesinos no asociados, ya fueran propietarios o jornaleros. Más allá de los intereses de clase en disputa, lo cierto es que no sólo las organizaciones obreras tenían problemas a la hora de lidiar con semejante testarudez y falta de entusiasmo para con el asociacionismo obrero, sino también los propios historiadores, que habitualmente han achacado este aspecto al carácter históricamente conservador del trabajador del campo. Sin embargo, siguiendo a Marc Badal, la ciencia social marxista ha necesitado un largo proceso de autocrítica para empezar a darse cuenta que el campesinado no compartía esa concepción lineal y teleológica del tiempo histórico. Los campesinos nunca lucharon por crear un mundo nuevo. Tan solo pretendían aliviar el sufrimiento cotidiano. Si alejaban su mirada del presente no la dirigían hasta un futuro desconocido sino hacia un pasado mejor (1). De este modo, habremos de asumir que nuestra mirada en tanto que observadores e intérpretes de la historia, habrá de limpiarse las legañas ideológicas que han focalizado al campesinado como un ente clasificable segun esta o aquella visión histórica o política, y no en sus circunstancias reales de desarrollo vital, con sus formas de resistencia cotidiana y sus recelos históricos, sus manifestaciones antropológicas y sus relatos transmitidos por generaciones hasta sus desaparición o aniquilación. Por mucho que deje una puerta abierta a la incertidumbre, la ciencia social se basa en la convicción de que el comportamiento social obedece a una racionalidad descifrable. Por este motivo, la realidad se obstina en escabullirse entre sus dedos(2).
Notas:
1 Badal, Marc. Vidas a la intemperie. Notas preliminares sobre el campesinado. Campo Adentro. 2014. En este sentido, recordemos el amplio recurso al ilegalismo (furtivismo, hurtos, contrabando ,extraperlo, etc.) como forma no sólo de supervivencia, sino también de resistencia colectiva, en la historia moderna y contemporánea ribereña. Nos remitimos a un anterior trabajo de Curro Rodríguez editado en el primer volúmen de estos Cuadernos, Aranjuez o los Infortunios de la Servidumbre.
2 Ibidem.